miércoles, 4 de diciembre de 2013

Libros para leer: "Historia verdadera de la conquista de la Nueva España" de Bernal Díaz del Castillo


 

LIBROS PARA LEER:
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”
Autor: Bernal Díaz del Castillo.

Bernal Díaz del Castillo (1495/96-1584), soldado y cronista nacido en Medina del Campo, pasó a América con Pedrarias Dávila en 1514; instalado en Cuba y careciendo de encomienda se asoció con otros soldados y participó en el descubrimiento del Yucatán en 1517; en 1518 formó parte de la expedición de Grijalva, descubridor de Méjico. Y en 1519 participó en la expedición de Hernán Cortés, figurando entre los amigos de Cortés incluso en los momentos dudosos. Tras la caída de Tenochtitlán participó en otras expediciones como la conquista de Chiapas. Se significó por su lucha en suavizar la situación de dependencia de los indios conquistados. En 1540, tras el viaje a España, obtuvo la concesión de una encomienda en Guatemala, donde se estableció. En 1550 volvió a España interviniendo en la discusión sobre la colonización entre Las Casas y Sepúlveda. En sus últimos años fue vecino y regidor de Guatemala, donde se afincó y dejó descendencia, pues tuvo doce hijos entre legítmos e ilegítimos.
Ya anciano creyó necesario consignar por escrito sus recuerdos de la conquista, para vindicar los hechos de sus camaradas y los suyos propios y replicar a López de Gómara, cuyo relato ensalzaba en demasía a Cortés, con olvido de sus huestes.
Para ello escribió Historia verdadera de la conquista de Nueva España ( no publicada hasta 1632 por Fray Alonso Remón)
Esta obra constituye una fuente insustituible para la historia de la conquista de México. Famosa por el detallismo de los datos y el anecdotario de los hechos, tienen una vivacidad e ingenuidad que atraen desde el primer momento.
(Ver: Diccionario de Historia de España, dirigido por Germán Bleiberg, Alianza editorial. Madrid 1979, tomo primero. Voz: Díaz del Castillo, Bernal)

Hemos escogido el relato de la descripción de Méjico.
CAPÍTULO XCII
COMO NUESTRO CAPITÁN SALIO A VER LA CIUDAD DE MEJICO Y EL TATELULCO, QUES LA PLAZA MAYOR, Y EL GRAN CU DE SU VICHILOBOS, Y LO QUE MAS PASO

Como había ya cuatro días questábamos en Méjico y no salía el capitán ni ninguno de nosotros de los aposentos, eceto a las casas e huertas, nos dijo Cortés que sería bien ir a la plaza mayor y ver el gran adoratorio de su Vichilobos, y que quería enviallo a decir al gran Montezuma que lo tuviese por bien. Y para ello envió por mensajero a Jerónimo de Aguilar e doña Marina, e con ellos a un pajecillo de nuestro capitán que entendía algo la lengua, que se decía Orteguilla. Y el Montezuma como lo supo envió a decir que, fuésemos mucho en buen hora, y por otra parte temió no le fuésemos a hacer algún deshonor en sus ídolos, y acordó de ir él en persona con muchos de sus principales, y en sus ricas andas salió de sus palacios hasta la mitad del camino; cabe unos adoratorios se apeó de las andas porque tenía por gran deshonor de sus ídolos ir hasta su casa e adoratorio de aquella manera, y llevábanle del brazo grandes principales; iban adelante dél señores de vasallos, e llevaban delante dos bastones como cetros alzados en alto, que era señal que iba el gran Montezuma, y cuando iba en las andas llevaba una varita medio de oro y medio de palo, levantada como vara de justicia. Y ansí se fue y subió en su gran cu, acompañado de muchos papas, y comenzó a sahumar y hacer otras cerimonias al Vichilobos. Dejemos al Montezuma, que ya había ido adelante, como dicho tengo, y volvamos a Cortés y a nuestros capotanes y soldados, que como siempre teníamos por costumbre de noche y de día estar armados, y así nos vía estar el Montezuma cuando le íbamos a ver, no lo tenía por cosa nueva. Digo esto porque a caballo nuestro capitán con todos los demás que tenían caballo, y la más parte de nuestros soldados muy apercebidos, fuimos al Turelulco. Iban muchos caciques quel Montezuma envió para que nos acompañasen; y desque llegamos a la gran plaza, que se dice el Tatelulco, como no habíamos visto tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gentes y mercaderías que en ella había y del gran concierto y regimiento que en todo tenían. Y los principales que iban con nosotros nos lo iban mostrando; cada género de mercaderías estaban por sí, y tenían situados y señalados sus asientos. Comencemos por los mercaderes de oro y plata y piedras ricas y plumas y mantas y cosas labradas y otras mercaderías de indios esclavos y esclavas; digo que traían tantos dellos a vender aquella gran plaza como traen los portugueses los negros de Guinea, e traíanlos atados en unas varas largas con colleras a los pesquezos, por que no se les huyesen, y otros dejaban sueltos. Luego estaban otros mercaderes que vendían ropa más basta y algodón e cosas de hilo torcido, y cacahueteros que vendían cacao, y desta manera estaban cuantos géneros de mercaderías hay en toda la Nueva España, puesto por su concierto de la manera que hay en mi tierra, ques Medina del Campo, donde se hacen las ferias, que en cada calle están sus mercaderías por sí; ansí estaban en esa gran plaza, y los que vendían mantas de henequén y sogas y cotaras, que son los zapatos que calzan y hacen del mismo árbol y raíces muy dulces cosidas, y otas rebusterías que sacan del mismo árbol, todo estaba en una parte de la plaza en su lugar señalado, y cueros de tigres, de leones y de nutrias, y de adives y de venados y de otras alimañas e tejones e gastos monteses, dellos adobados y toros sin adobar estaban en otra parte, y otros géneros e mercaderías. Pasemos adelante y digamos que los que vendían fríjoles y chía y otras legumbres e yerbas a otra parte. Vamos a los que vendían gallinas, gallos de papada, conejos, liebres, venados y anadones, perrillos y otras cosas deste arte, a su parte de la plaza. Digamos de las fruteras, de las que vendían cosas cocidas, mazamorreras y malcocinado, también a su parte. Pues todo género de loza, hecha de mil maneras, desde tinajas grandes y jarrillos chicos, questaban por sí aparte; y también los que vendían miel y melcochas y otras golosinas que hacían como nuégados. Pues los que vendían madera, tablas, cunas e vigas e tajos y bancos, y todo por sí. Vamos a los que vendían leña acote, e otras cosas de esta manera. Qué quieren más que diga que, hablando con acato, también vendían muchas canoas llenas de yenda de hombres, que tenían en los esteros cerca de la plaza, y esto era para hacer sal o para cortir cueros, que sin ella dicen que no se hacía buena. Bien tengo entendido que algunos señores se reirán desto; pues digo ques ansí; y más digo que tenían por costumbre que en todos los caminos tenían hechos de cañas o pajas o yerbas, por que no los viesen los que pasasen por ellos; allí se metían si tenían ganas de purgar los vientres, por que no se les perdiese aquella suciedad. Para qué gasto yo tantas palabras de lo que vendían en aquella gran plaza, porques para no acabar tan presto de contar por menudo todas las cosas, sino que papel, que en esta tierra llaman amal, y unos cañutos de olores con liquidámbar, llenos de tabaco, y otros ungüentos amarillos y cosas deste arte vendían por sí; e vendían mucha grana debajo los portales questaban en aquella gran plaza. Había muchos herbolarios y mercaderías de otra manera, y tenían allí sus casas, adonde juzgaban tres jueces y otros como alguaciles ejecutores que miran las mercaderías. Olvidándoseme había la sal y los que hacían navajas de pedernal, y de cómo las sacaban de la misma piedra. Pues pescaderas y otros que vendían unos panecillos que hacen de uno como lama que cogen de aquella gran laguna, que se cuaja y hacen panes dello que tienen un sabor a manera de queso; y vendían hachas de latón y cobre y estaño, y jícaras, y unos jarros muy pintados de madera hechos. Ya querría haber acabado de decir todas las cosas que allí se vendían, porque eran tantas de diversas y calidades, que para que lo acabáramos de ver e inquirir, que como la gran plaza estaba llena de tanta gente y toda cercada de portales, en dos días no se viera todo. Y fuimos al gran cu, e ya que íbamos cerca de sus grandes patios, e antes de salir de la misma plaza estaban otros muchos mercaderes, que, según dijeron, eran de los que traían a vender oro en granos como lo sacan de las minas, metido el oro en unos canutillos delgados de los ansarones de la tierra, e ansí blancos por que se paresciese el oro por de fuera; y por el largor y gordor de los canutillos tenían entrellos su cuenta qué tantas mantas o qué xiquipiles de cacao valía, o qué esclavos o otra cualquier cosa a que lo trocaban. E ansí dejamos la gran plaza sin más la ver y llegamos a los grandes patios y cercas donde está el gran cu; y tenía antes de llegar a él un gran cercuito de patios, que me paresce que eran más que la plaza que hay en Salamanca, y con dos cercas alrededor de calicanto, e el mismo patio y sitio todo empedrado de piedras grandes de losas blancas y muy lisas, e adonde no había de aquellas piedras estaba encalado y bruñido y todo muy limpio, que no hallaran una paja ni polvo en todo él. Y desque llegamos cerca del gran cu, antes que subiésemos ninguna grada dél envió el gran Montezuma desde arriba, donde estaba haciendo sacrificios, seis papas y dos principales para que acompañasen a nuestro capitán, e al subir de las gradas, que eran ciento y catorce, le iban a tomar de los brazos para le ayudar a subir, creyendo que se cansaría, como ayudaban a su señor Montezuma, y Cortés no quiso que llegasen a él. Y desque subimos a lo alto del gran cu, en una placeta que arriba se hacía, adonde tenían un espacio como andamios, y en ellos puestas unas grandes piedras, adonde ponían los tristes indios para sacrificar, e allí había un gran bulto de como dragón, e otras malas figuras, y mucha sangre derramada de aquel día. E ansí como llegamos salió el Montezuma de un adoratorio, adonde estaban sus malditos ídolos, que era en lo alto del gran cu, y vinieron con él dos papas, y con mucho acato que hicieron a Cortés e a todos nosotros, le dijo: “Cansado estaréis, señor Malinche, de subir a este nuestro gran templo”. Y Cortés le dijo con nuestras lenguas, que iban con nosotros, que él ni nosotros no nos cansábamos en cosa ninguna. Y luego le tomó por la mano y le dijo que mirase su gran ciudad y todas las más ciudades que había dentro del agua, e otros muchos pueblos alrededor de la misma laguna en tierra, y que si no había visto muy bien su gran plaza, que desde allí la podría ver muy mejor, e ansí lo estuvimos mirando, porque desde aquel grande y maldito templo estaba tan alto que todo lo señoreaba muy bien; y de allí vimos las tres calzadas que entran en Méjico, ques la de Istapalapa, que fue por la que entramos cuatros días hacia, y la de Tacuba, que fue por donde después salimos huyendo la noche de nuestro gran desbarate, cuando Cuedlavaca, nuevo señor, nos echó de la ciudad, como adelante diremos, y la de Tepeaquilla. Y víamos el agua dulce que venía de Chapultepec, de que se proveía la ciudad, y en aquellas tres calzadas, las puentes que tenían hechas de trecho a trecho, por donde entraba y salía el agua de la laguna de una parte a otra; e víamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas que venían con bastimentos e otras que volvían con cargas y mercaderías; e víamos que cada casa de aquella gran ciudad, y de todas las más ciudades questaban pobladas en el agua, de casa a casa no se pasaba sino por unas puentes levadizas que tenían hechas de madera, o en canoas; y víamos en aquellas ciudades cues y adoratorios a manera de torres e fortalezas, y todas blanqueando, que era cosa de admiración, y las casas de azoteas, y en las calzadas otras torrecillas e adoratorios que eran como fortalezas. Y después de bien mirado y considerado todo lo que habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había, unos comprando e otros vendiendo, que solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí había sonaba más que de una legua, e entre nosotros hobo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, e en Constantinopla e en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamallo e llena de tanta gente no la habían visto...”

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