jueves, 7 de enero de 2010

La guerra de la independencia española

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ESPAÑOLA
1. Marco histórico-universal
El estallido de la revolución de 1789 en Francia y su posterior evolución hasta desembocar en el establecimiento de un poder personal en la figura de Napoleón Bonaparte, cambió el panorama de las relaciones internacionales, al mismo tiempo que propagó la ideología de la llamada revolución liberal burguesa por toda Europa, afectando de manera especial a España, que se convertirá en campo de enfrentamiento militar y en laboratorio de experimentación de las ideas revolucionarias.
En el orden internacional la época contempla el enfrentamiento a escala continental entre Francia y Gran Bretaña. La necesidad de defender a nuestras colonias del acoso británico llevó a Godoy, primer ministro de Carlos IV, a firmar el Tratado de San Ildefonso el 18 de agosto de 1796 con la República francesa, reproduciendo los viejos pactos de Familia entre los Borbones españoles y franceses. Ello implicará la sumisión de España a los intereses de Francia. Tras la derrota de la armada franco-española en Trafalgar el 21 de octubre 1805, frente a la armada británica, Napoleón se lanza a la conquista del Continente, donde, tras las victorias de Austerlitz (2 de diciembre1805) y Jena (14 de octubre1806), consigue un acuerdo con el emperador de Rusia, el zar Alejandro I en Tilsit (7 de julio 1807). Ello le permitirá lanzar el Bloqueo Continental o guerra económica contra Gran Bretaña.
Para impedir que Gran Bretaña pueda comerciar con el continente es necesario controlar las costas y los puertos marítimos, por lo que la Península Ibérica se convierte en un espacio geoestratégico de vital importancia (control de Barcelona, Cádiz, Lisboa).
El Tratado de Fontainebleau de 27 de octubre de 1807 compromete a España a intervenir en el control de Portugal, cuya parte sur se reservaría para Godoy con el titulo de Príncipe de los Algarves.
Conforme a lo estipulado, un cuerpo de ejército francés entraría en España para marchar sobre Lisboa, simple pretexto para la ocupación de la Península.
Ante este hecho, Godoy aconsejó a la Corte que se trasladara a Sevilla, por si era necesario embarcar para América. Esta noticia inquietó al pueblo, que se amotinó en Aranjuez el 17 de marzo de 1808, asaltando la casa del valido, dando lugar a la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo Fernando el día 19 de ese mismo mes.
Napoleón llamará a los dos reyes a Bayona, donde conseguirá la renuncia de Fernando VII y la abdicación de Carlos IV a favor de Napoleón (abdicaciones de Bayona de 6 de mayo de 1808), quien otorgó la Corona de España a su hermano José, a quien proclamó rey de España, al tiempo que se elaboraba una constitución (Constitución de Bayona de julio de 1808), como expresión del establecimiento de un nuevo régimen político, bajo la dirección de Francia.
2. El levantamiento
La ocupación de España por las tropas francesas supuso el levantamiento, el 2 de mayo de 1808, del pueblo de Madrid, acaudillado por Daoíz y Velarde y, por extensión, del pueblo español, que, al no admitir la renuncia de Fernando VII en Bayona, se organizó en Juntas Provinciales de Defensa y declaró la guerra a Francia. Estas Juntas estuvieron dirigidas por una Junta Suprema Central, presidida por Floridablanca, que organizó la resistencia y obtuvo la ayuda de Gran Bretaña, la gran adversaria de Francia.
Los acontecimientos de esta época están representados en la obra del gran pintor Francisco Goya y Lucientes. En 1814 pintará dos de las obras más importantes de la pintura española y universal, el dos de mayo y los fusilamientos de la Moncloa. En esta última pintura usa de unos pocos colores para expresar la tragedia de la guerra, en concreto la represión llevada a cabo por los franceses sobre los madrileños sublevados; el ocre de la tierra y algunos trajes, el negro del cielo nocturno, el blanco de la camisa de los fusilados y el rojo de la sangre.
3. La guerra
La guerra tuvo un carácter nacional pues participaba el pueblo en armas y tuvo también un carácter de liberación frente al enemigo francés, caricaturizado como dechado de todos los males.
En el proceso de la Guerra de la Independencia se pueden distinguir tres fases:
La primera, que se desarrolla entre 1808 y 1809, y que supone en fracaso inicial de la ocupación, con la batalla de Bailén (19 de julio de 1808) como hecho de armas más destacable. Esta batalla propiciará la ayuda inglesa, comandada por Wellington, y la decisión de Napoleón de intervenir personalmente en España.
La segunda fase, desarrollada entre 1809 y 1812, contempla el dominio casi total de España por parte de las tropas francesas, salvo el reducto de Cádiz. La batalla de Ocaña (19 de noviembre de 1809) será la mejor victoria de las tropas francesas. Es el triunfo de la Grande Armée.
La tercera fase, de 1812 a 1813, está marcada por la retirada de las tropas francesas debido a la invasión de Rusia por Napoleón y a la ayuda inglesa que culmina en las victorias aliadas de Arapiles (22 de julio de 1812), Vitoria (21 de junio de 1813) y San Marcial (31 de agosto de 1813). Ello obligará a Napoleón a firmar el Tratado de Valençay el 11 de diciembre de 1813, reconociendo a Fernando VII como rey de España y de las Indias.
En el desarrollo de la guerra hay que aludir a la aparición de nuevas fórmulas de combate. El fracaso del ejército oficial derivó en la aparición de la guerra rural o guerra de guerrillas, cuando los combatientes adoptan la decisión de resistir a toda costa al invasor. El conocimiento del terreno y el apoyo del pueblo para necesidades como la intendencia y la sanidad hará que los guerrilleros consigan que los franceses sólo puedan dominar el territorio que pisan y que hayan de fijar un gran número de tropas en defender los núcleos que controlan, lo que redujo fuertemente su capacidad de combate. Otra fórmula fue la guerra urbana o sitios (como los contemplados en el mapa en Gerona y Zaragoza), donde la voluntad de resistir de las ciudades obligó a las tropas francesas a un gran derroche de medios a la par que creaba mitos de resistencia como los de los generales Álvaro de Castro en Gerona o los de Palafox y Agustina de Aragón en Zaragoza.
4. La revolución
Parejo a este esfuerzo bélico se desarrolla un conflicto ideológico. El origen estaba en la aceptación o no de las renuncias de Bayona. Para los afrancesados, que apoyaban las renuncias, el cambio de dinastía era semejante al ocurrido un siglo antes con los Borbones; y el cambio estaba ahora avalado por el apoyo de Napoleón, el capitán del siglo, y la necesidad de reformar, bajo el patrón francés, las estructuras políticas del país. Fue un grupo minoritario que apoyó a José I.
Entre los que no apoyaron las renuncias de Bayona, los llamados patriotas, cabe distinguir a los liberales (parte del clero, profesionales liberales) que estando en contra de la invasión francesa, consideran necesaria una reforma del Estado; y a los tradicionalistas (la mayor parte del clero y las masas populares) que defenderán la soberanía de Fernando VII y los valores tradicionales de la patria, en orden a tres valores: Religión, Patria y Rey.
El desarrollo de la guerra propiciará una grave crisis política. La convocatoria de Cortes, planteada por la Junta Central, llevará a los diputados electos a la ciudad de Cádiz, libre de la dominación francesa, donde iniciaron sus trabajos el 24 de septiembre de 1810. Las Cortes, formadas por eclesiásticos, abogados, funcionarios y profesionales liberales, derivarán, gracias a la influencia de los liberales, en un planteamiento revolucionario, don dos objetivos: la liquidación de los fundamentos del Antiguo Régimen (abolición de los privilegios de la nobleza, supresión de los señoríos jurisdiccionales, abolición de la Inquisición, libertad en el orden agrícola, ganadero, industrial y comercial e inicio de la desamortización eclesiástica) y el establecimiento de un nuevo Estado, reflejado en la Constitución de 1812, de la cual señalamos el Preámbulo y una serie de artículos que comentamos.
CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA
En el nombre de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo autor y supremo legislador de la sociedad.
Las Cortes generales y extraordinarias de la Nación española, bien convencidas, después del más detenido examen y madura deliberación, de que las antiguas leyes fundamentales de esta Monarquía, acompañadas de las oportunas providencias y precauciones, que aseguren de un modo estable y permanente su entero cumplimiento, podrán llenar debidamente el grande objeto de promover la gloria, la prosperidad y el bien de toda la Nación, decretan la siguiente Constitución política para el buen gobierno y recta administración del Estado.
En el Preámbulo se advierte el establecimiento de la Soberanía Nacional a través de la capacidad de las Cortes para decretar la Constitución con el objeto, según se expresa, de “promover la gloria, la prosperidad y el bien de toda la Nación”.
En los diversos artículos se pueden ver la Soberanía Nacional (artículo 3),
Art. 3. La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales.
el establecimiento de los derechos de libertad, propiedad y demás derechos (artículo 4),
Art. 4. La Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen.
el establecimiento de un estado confesional (artículo 12),
Art. 12. La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohibe el ejercicio de cualquiera otra.
la capacidad de hacer las leyes, compartida entre el Rey y las Cortes (artículo 15)
Art. 15. La potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el Rey
, fundamento del liberalismo doctrinario, o la división de poderes (artículos 16 y 17).
Art. 16. La potestad de hacer ejecutar las leyes reside en el Rey.
Art. 17. La potestad de aplicar las leyes en las causas civiles y criminales reside en los tribunales establecidos por la ley.
Sin embargo, el triunfo fue pasajero. El fin de la guerra y la vuelta de Fernando VII dieron lugar al restablecimiento del poder absoluto del monarca y a la persecución de los elementos liberales. Pero, la inestabilidad política, las dificultades económicas y el problema de la herencia de Fernando VII y los cambios de la época, darán una nueva oportunidad a la ideología liberal. La muerte de Fernando VII el 29 de septiembre 1833 hará, por paradojas de la historia, que los liberales, sus más acérrimos enemigos, sean el soporte de su hija Isabel frente a los deseos absolutistas de su hermano Carlos.





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