LIBROS PARA LEER: “EL CERO Y EL INFINITO”
Arthur Koestler (1905-1983), de origen húngaro, inicialmente escribe en alemán; merece ser recordado por sus escritos autobiográficos. En sus novelas destaca la experiencia de la prisión política. En su obra más famosa, El cero y el infinito narra los procesos de Moscú donde cientos de militantes comunistas revolucionarios se inmolan para salvar al partido, en la etapa estalinista. La lucha dialéctica entre el revolucionario detenido Rubachof y el guardián Ivanof, representante de la nueva corriente del revolucionario estalinista, representa el dilema de la revolución, el problema de la justificación de los medios para alcanzar el fín de la utopía revolucionaria. Retrata las características de lo que en otra entrada de este blog hemos designado como LOS SISTEMAS TOTALITARIOS, que tanto caracterizaron al siglo XX, y del que aún no se ha librado por entero la Humanidad.
“-No
apruebo la mezcla de ideología- prosiguió Ivanof_. No
hay más que dos concepciones de la ética humana, y las dos son
polos opuestos. Una de ellas es cristiana y humanitaria, declara
sagrado al individuo y afirma que las reglas de la aritmética no
deben aplicarse a las unidades humanas. La otra concepción arranca
fundamentalmente del principio de que un fin colectivo, justifica
todos los medios, y no solamente permite sino incluso exige que el
individuo esté absolutamente subordinado y sacrificado a la
comunidad (la que puede disponer de él, ya como un cobaya que sirve
para un experimento, o como el cordero que se inmola en los
sacrificios). La primera concepción podría denominarse moral
antiviviseccionista; la segunda, moral viviseccionista: los vagarosos
y los aficionados han intentado siempre mezclar las dos concepciones,
pero en la práctica esto es imposible. Quienquiera que lleve sobre
sí el fardo del poder y de la responsabilidad se da cuenta a primera
vista que es necesario escoger, y, fatalmente, es conducido a escoger
la segunda concepción. ¿Conoces tú, desde establecimiento del
Cristianismo como religión de Estado, un solo ejemplo de Estado que
haya seguido realmente una política cristiana? No podrás designarme
ni uno solo. En los momentos difíciles (y la política es una serie
ininterrumpida de momentos difíciles) los gobernantes han podido
invocar las “circunstancias excepcionales”, que exigen medidas
defensivas excepcionales también. Desde que existen naciones y
clases, viven en un estado permanente de legítima defensa que les
fuerza a remitir para otros tiempos la aplicación práctica del
humanitarismo...
Rubachov
miró por la ventana. La nieve derretida se había vuelto a helar y
brillaba, formando una superficie irregular de cristales de un blanco
amarillo. Sobre el parapeto, el centinela hacía su guardia, fusil al
hombro. El cielo era límpido, pero sin luna; por encima de la
torreta de las ametralladora brillaba la Vía Láctea.
Rubachov
se encogió de hombros.
-Admito
-dijo- que el humanitarismo y la política sean incompatibles, que lo
sean también el respeto al individuo y el progreso social; que
Gandhi sea una catástrofe para la India; que la pureza en la
elección de medios conduce a la impotencia política. En la negativa
estamos de acuerdo. Pero mira a dónde nos lleva el otro método...
-¿Adónde?-
dijo Ivanof.
Rubachov
frotó sus lentes contra su manga y miró a Ivanof con su aire miope.
-¡Qué
basurero -dijo- qué feo basurero hemos hecho de nuestra edad de oro!
-Ivanof sonrió.
-Puede
ser -dijo con aire satisfecho-. Pero piensa en los Gracos, y en
Saint-Just, y en la Comuna de París. Hasta ahora todas las
revoluciones han sido hechas por aficionados moralizantes. Ellos han
ido siempre de buena fe, pero han perecido por su diletantismo.
Nosotros somos los primeros en ser consecuentes con nosotros
mismos...
-Sí
– dijo Rubachof-, tan consecuentes que, interesados en un
justo reparto de la tierra, hemos dejado morir con deliberado
propósito en un solo año alrededor de cinco millones de aldeanos
con sus familias. Hemos llevado tan lejos la lógica de la liberación
de los seres humanos de las trabas de la explotación industrial, que
hemos enviado cerca de dos millones de personas a trabajos forzados
en las regiones árticas y en las selvas orientales, en condiciones
análogas a las de los galeotes de la antigüedad. Nosotros hemos
llevado tan lejos la lógica, que para arreglar una simple
divergencia de criterio no conocemos otro argumento que la muerte: la
muerte, ya se trate de submarinos, de abonos o de la política del
Partido en Indochina. Nuestros ingenieros trabajan con la idea,
constantemente presente en su espíritu, de que un error de cálculo
puede llevarles a la cárcel o al patíbulo; los altos funcionarios
administrativos arruinan y matan a sus subordinados porque saben que
si fueran responsables de la menor falta ellos mismos serían
asesinados; nuestros poetas terminan sus discusiones estilísticas
denunciándose mutuamente a la polícia secreta, porque los
expresionistas consideran que el estilo naturalista es
contrarrevolucionario, y viceversa. Obrando lógicamente por el
interés de generaciones venideras, hemos impuesto tan terribles
privaciones a la generación presente que la duración media de su
existencia ha disminuído en la cuarta parte. Con el fin de defender
la existencia del país, debemos tomar medidas excepcionales y hacer
leyes de transición, contrarias por completo a los fines de la
revolución. El nivel del pueblo es inferior al que tenía antes de
la Revolución; sus condiciones de trabajo son más duras, la
disciplina es más inhumana, la jornada y exigencias peores que en
las colonias donde se emplean culíes indígenas; hemos hecho llegar
hasta los niños de doce años la pena capital; nuestras leyes
sexuales son más mezquinas que las de Inglaterra; nuestro culto al
Jefe, más bizantino que en las dictaduras reaccionarias. Nuestra
Prensa y nuestras escuelas cultivan el patriotismo de campanario, el
militarismo, el dogmatismo, el conformismo y la ignorancia. El poder
arbitrario del Gobierno es ilimitado, y no tiene ejemplo en la
Historia; las libertades de Prensa, opinión y movimiento han
desaparecido totalmente entre nosotros, como si la Declaración de
los Derechos del Hombre no hubiera existido jamás. Hemos montado el
más gigantesco aparato político, en el que los confidentes han
venido a ser una institución nacional, y lo hemos dotado con el
sistema más refinado y más científico de torturas mentales y
físicas. Conducimos a las gimientes masas a latigazos hacia una
felicidad teórica y futura que nosotros somos los únicos en
entrever. La energía de esta generación está agotada, se ha
disipado en la Revolución; pues esta generación está completamente
desangrada y ya no queda de ella más que un pingajo de carne de
sacrificio que yace en su torpor...Estas son las consecuencias de
nuestra lógica. Tú has llamado a esto moral viviseccionista. A mí
me parece que los investigadores han desollado viva a la víctima y
la han dejado de pie, con sus tejidos, sus músculos y sus nervios al
aire...
-Bueno,
¿y qué?- dijo Ivanof con aire satisfecho- ¿No encuentras
que esto es maravilloso? ¿Sucedió alguna vez en la Historia algo
tan maravilloso? Nosotros arrancamos a la Humanidad su vieja piel
para darle una nueva. Esto no es una ocupación para gente de nervios
delicados; pero hubo un tiempo en que te llenó de entusiasmo. ¿Qúe
es lo que te ha cambiado tanto para convertirte en una sensible
solterona?...”
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